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EL ASNO EN LA CUNA

Guillermo Badía Hernández

Cuba



Hoy al fin he subido a la torre (convertida en museo desde hace años) que siglos atrás sirviera de laboratorio secreto al alquimista y mago Edward Kelley.

Se sitúa en una esquina de la mítica casa del Asno de la Cuna, adquirida por la esótera alrededor de 1590, ofreciendo su ventana la agradable vista del Barrio pequeño y de la Ciudad Vieja de Praga.

Para pasar la vigilancia del guardia y poder permanecer aquí luego de que todos se marcharan, procuré ocultarme en un oscuro rincón de la habitación. Ya cayó la noche y estoy solo. Muchas veces he planeado este momento.

La quinta losa contando a partir de la puerta. La levanto. Está floja. Hay un grupo de folios viejos, maltratados por la humedad y los avatares del tiempo.

Mi premio.

El documento que he añorado desde los días en que, sudoroso, expuesta mi visión a la falta de luz, preparaba mi tesis sobre los enigmas en la Corte de Rodolfo II, el Hermes alemán. El testimonio de los últimos días en el calabozo del castillo de Krivoklát del alquimista inglés. Ocultado en la torre por un amigo íntimo.

— ¿Qué fue lo que pasó?—. Cualquier cosa era posible en aquel aquelarre de rosacruces y satanistas, si el judío cabalista Low ben Becael en realidad había creado a la criatura sobrenatural Golem.

Lo que refería el manuscrito eran breves anotaciones. Aquella tarde lo visitó su antiguo compañero de viaje John Dee. Edward apunta que Dee estaba junto al ángel Uriel, quien le entregara en vida la piedra pulida para comunicarse con seres superiores.

A veces pienso, como el hereje Carpócrates, que el mundo no es más que una conjura de los ángeles y quizá por eso Uriel quería influir en esta historia.

El doctor Dee le pide a Kelley unos reportes a la reina Isabel I, de la época en que él trabajaba de espía y firmaba con las siglas 007 -similitud fonética del nombre John Dee y James Bond, ¿de nuevo los ángeles? —, un escrito que el doctor había confiado a su amigo.

Este se lo entrega y le dice las penalidades que ha sufrido con el Emperador por eso y que han llegado incluso a encarcelarlo. Uriel susurra algo a John y después él le hace beber a Edward cierta poción explicándole que se trata de un elixir que le curará el mal de la pierna... El resto cualquiera lo conoce.

Kelley muere debido a ese veneno. Esto demuestra que no se suicidó.

Entonces, ¿por qué el doctor lo mata?

— Porque casi me delata -profirió una voz a mis espaldas. Me he percatado de que desde el principio una sombra se ha proyectado sobre mí. La sombra del doctor Dee.

GUILLERMO BADIA HERNÁNDEZ.
14 años
Taller El rincón de los niños cubanos

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