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LA CULTURA DE LA BARBARIE

Carlos O. Antognazzi

Argentina



Por los cacerolazos y algunos muertos en 2001 De la Rúa huyó por los techos de la Casa de Gobierno. Se equivocaron quienes percibieron un honroso precedente. También en 2001 hubo muertos en Rosario, y en 2003 el agua del Salado inundó Santa Fe, pese a las palabras tranquilizadoras del intendente Álvarez asegurando que los barrios del oeste no se inundarían. Pero ni Obeid (posible responsable de no haber terminado la tercera etapa de la defensa, por donde justamente entró el agua a la ciudad) ni Reutemann, responsable de no haber dinamitado a tiempo la circunvalación (demora que, según expertos, significó entre ochenta y cien centímetros más de altura de las aguas dentro de la ciudad) y de no tener un plan de contingencia como el que hay, por ejemplo, en Resistencia, optaron por la dignidad de la renuncia. Al contrario, ambos se abroquelaron en sus puestos, sonrieron a las cámaras, y luego, una vez “normalizada” la ciudad, se lanzaron a la campaña electoral.

En cualquier país civilizado la inundación les habría significado la censura social y la justicia los habría procesado y condenado. En la Argentina generosa del Siglo XXI son premiados con una nueva gobernación y un puesto de senador nacional (que, de paso, otorga fueros). Lejos está la decencia de estos funcionarios cuyo silencio en momentos clave del devenir político de la provincia dieron la muestra cabal de lo que son, más allá de los balbuceos del folclore justicialista que no vaciló en cerrar filas a favor de Reutemann cuando desde la Nación Kirchner señaló suculentas diferencias de dinero entre lo que se envió por la catástrofe y lo que acá se usó: «agredir a Reutemann es agredir a Santa Fe» sostuvo Obeid (El Litoral, 16/02/04), estableciendo una curiosa escala de valores entre un ex corredor de autos y una provincia pauperizada primero por los gobiernos de facto, y luego por veinte años de justicialismo (Vernet, Reviglio, Obeid, Reutemann, Obeid...).

A un año de la inundación los contribuyentes aún no saben con certeza qué dinero envió la Nación ni qué se gastó efectivamente en la ciudad. Hay galpones donde aún se almacenan envíos de otras provincias, que nunca fueron entregados a quienes correspondía. Pero los gestos definen; como las fotos, dicen más que mil palabras.

 Ríos y laguna

 Las ciudades de Santa Fe y Santo Tomé se encuentran enclavadas en el valle del río Paraná, que llega, en la zona, casi hasta el Salado. Están ocupando el lugar de expansión natural del Paraná, y cuando éste crece busca esparcirse en esa cuenca. Tanto la laguna Setúbal como los ríos Colastiné, Santa Fe y Coronda forman parte de esa amplia zona de expansión. No puede sorprender, entonces, que estas ciudades subsistan jaqueadas por las aguas. No sorprende porque es un hecho natural, y en tanto tal responde a conductas determinables, mensurables, clasificables. También el Salado crece y se desborda desde mucho antes de que a Juan de Garay se le ocurriera asentarse en el lugar. Como la conducta de los ríos cambia por acción del hombre (deforestación, cultivos intensivos que restan permeabilidad a la tierra, etc.), en los países civilizados son estudiados, de manera de minimizar los riesgos. Esto no garantiza su eliminación absoluta, pero permite contar con una información relevante a la hora de evaluar lo que puede ocurrir. Aunque difícil, es más viable que los hombres se adapten al río a que el río se adapte a ellos.

Lo que sorprende en esta coyuntura es la falta de previsión de los sucesivos gobiernos de la provincia, sean de facto o democráticos. Y lo que indigna a los contribuyentes es que cuando se preparan informes técnicos anunciando las catástrofes tampoco se toman los recaudos para evitarlas. En todos los casos se trata de incorrecciones humanas, no de accidentes naturales. En todos los casos los muertos pudieron haberse evitado, así como la destrucción de las casas y el terror de las aguas entrando a la ciudad. En todos los casos hay responsables que aún están libres.

La ruta 168 es otro ejemplo. Durante años el atracadero de la balsa que une dicha ruta con la ciudad de Paraná tuvo que ser cambiado de lugar por la erosión del río. Hubo repetidos informes que precisaban no sólo el riesgo, sino también el lugar en donde el río incide en la costa santafesina. A tal punto se determinó el sitio que en él se edificó una capilla con la imagen de la virgen para frenar el avance del río. La construcción desapareció devorada por las aguas, pero los funcionarios hicieron caso omiso, ya no sólo de los informes, sino también de la evidencia empírica. Se construyó otro tramo de ruta para regresar a Santa Fe, pero fue necesario que la ruta de ida colapsara para que se tomaran recaudos: la policía cortó el tránsito. Sin embargo esa misma policía no imaginó que a orillas del río hay pescadores, y tuvo que morir una familia para que la ruta sea cortada de manera efectiva.

Es una obviedad decir que la muerte de esas personas pudo evitarse, y que hay culpables con nombre y apellido que cumplieron mal su trabajo (es decir, que no lo cumplieron). Sin embargo el padre de familia y conductor de la camioneta que cayó al río sufrió la injusticia con que un juez santafesino lo abrumó al responsabilizarlo por «homicidio culposo». Tiempo después la justicia determinó que el vehículo cayó porque no había señalización indicando que la ruta ya no existía, y no porque haya habido intencionalidad. Pero el daño ya estaba hecho.

Estos ejemplos dan la pauta del desgobierno, que no sólo atenta contra la razón sino contra la vida de las personas, los ciudadanos que pagan sus impuestos para que los funcionarios cobren para cumplir con su trabajo. Cuando no lo hacen la sociedad se desorganiza. Y cuando además se enorgullecen de su accionar la sociedad entra en caos. Santa Fe y Santo Tomé no parecen más que puntas de un iceberg de corrupción, ninguneo y delincuencia en donde los contribuyentes quedan en medio de las luchas de poder de las facciones partidarias. Nadie niega la Teoría del Caos, pero en ocasiones son más caóticos los comportamientos humanos que los naturales.

 Los bárbaros

 Sólo a un general ebrio como Leopoldo Fortunato Galtieri se le pudo ocurrir iniciar una guerra contra Gran Bretaña por las Malvinas desoyendo las advertencias y teniendo a los Estados Unidos, Chile y el resto de la comunidad internacional en contra. Eso es tercer mundo, no primero. Es estupidez y no inteligencia. Es obnubilarse con los entorchados, los desfiles y la ruindad patriotera. Pero Galtieri es argentino. Y estudió en el ejército argentino.

Perón también era argentino y militar, y de esa concepción mesiánica de la vida devino un partido verticalista, unidireccional, en donde la conducción y las órdenes vienen de arriba y no se discuten, so pena de quedar marginados (De La Sota lo aprendió tarde, después de Parque Norte). Es una falacia hablar de las masas como directoras del movimiento, porque siempre han sido utilizadas en beneficio de una elite, sea del partido o del sindicato. Nunca fueron las masas las que determinaron los pasos a seguir, sino un pequeño grupo al que las masas siguieron como borregos. La muletilla «para un peronista no hay nada mejor que otro peronista», o la advertencia de Obeid a Kirchner, «guarda que cuando los peronistas nos juntamos somos invencibles», responden a esa idiosincrasia vernácula en donde vale más el pertenecer y obedecer que el pensar o argumentar. El congreso del PJ de Parque Norte del 26/03/04 y su posterior desmantelamiento por parte del gobierno rotulan este circo de muchos actores pero pocos jefes. Mención al margen es el hecho de que el PJ es el único partido del mundo que tolera en sus filas la extrema derecha y la extrema izquierda: la escuela que dio origen a la Triple A y Montoneros se mantiene indemne. ¿Qué otra cosa es el patorerismo de Barrinuevo en las elecciones del 2003 en Catamarca? ¿Qué la gobernación de San Luis? ¿Qué el caudillismo de Santiago del Estero? ¿Los carapintadas golpistas Seineldín y Rico no son justicialistas confesos? ¿Y no han tenido cargos públicos luego de los indultos?

En Las invasiones bárbaras el director Denys Arcand hace notar que el 11/09/01, con el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York, se afianzó aquella decadencia del imperio americano que denunciara en su película anterior: para Arcand los invasores son extranjeros, y en determinados ámbitos es lógico que sea así. Los griegos llamaban «bárbaros» a todo extranjero que no pertenecía a la Polis. Por extensión, bárbaros eran aquellos que no participaban de la vida social, de la cultura, de la política, de la “democracia” entendida a la usanza griega. Es decir, eran bárbaros todos los que no eran griegos o esclavos. Siglos después el concepto ha cambiado. En la Argentina, por ejemplo, las invasiones (como las deudas) son internas. Incluso atentados como los de la AMIA o la embajada de Israel, patrocinados por un gobierno extranjero, fueron posibles gracias a una conexión local, y siguen sin resolverse gracias a la (in) justicia argentina, que no es independiente como establece la Constitución, sino que está constreñida por los caprichos del Estado. Las medidas que está tomando Kirchner apuntan a revertir esta situación, pero sólo el tiempo determinará el alcance de lo propuesto.

Aquí no se trata, estrictamente, de invasiones, sino de manipulaciones para mantener el poder. Sólo así puede comprenderse la relación que en general profesan los justicialistas entre sí cuando se ubican en corrientes diametralmente opuestas, pero gracias a la Ley de Lemas suman votos para el mismo candidato. O cuando se cobijan tras determinadas figuras fetiches (ayer Perón, Evita, María Estela, Menem; hoy Reutemann o Kirchner). En cierta medida es lo ocurrido en las elecciones de setiembre de 2003 en Santa Fe, en donde resultaron electos funcionarios que tuvieron responsabilidad en el desastre de la inundación. Lo prioritario no es la verdad o la justicia, sino mantenerse en el poder. De hecho el PJ funciona como una máquina aceitada para perpetuar ciertos nombres, porque los que hoy caen en desgracia, mañana, como el Ave Fénix, resurgen y vuelven a ocupar cargos de importancia. Hay que ser demasiado imbécil para que la desgracia sea eterna en un partido que hace de la hipocresía un valor de trueque, y que favorece y premia la obsecuencia (la «lealtad») por sobre la razón.

El común denominador de estas situaciones es la improvisación, la insensatez y (la justicia deberá determinarlo) una posible criminalidad: no es sensato dejar sin terminar la defensa al norte de la ciudad (la parte terminada fue construida en los años noventa). No es sensato que el gobierno de la provincia solicite informes técnicos a la UNL para cajonearlos y luego declarar, como Reutemann, con ingenuidad insultante, «a mí nadie me avisó». No es sensato tranquilizar a la población avisando por radio qué barrios no se inundarían, como hizo Álvarez, cuando horas después en esos barrios había muertos y desaparecidos y las aguas arrasaban las casas. No es sensato ignorar los informes técnicos y permitir que la ruta 168 colapse, así como tampoco es sensato que la policía provincial permita por omisión la muerte de una familia horas después de ese colapso. No es sensato que luego de la catástrofe los funcionarios se volvieran a presentar a elecciones como si nada hubiera pasado y ellos estuvieran libres de culpa y cargo. No es sensato que en Santa Fe no exista un plan para desalojar los barrios más expuestos. No es sensato que los maestros tengan que ocupar el lugar de las asistentes sociales. No es sensato que algunas carpas que implementó el gobierno para cobijar a los inundados se inunden con la primera lluvia. No es sensato que los funcionarios callen o den explicaciones absurdas. No es sensato que nadie se haga cargo y que endilgue a los dioses lo ocurrido al referirse insistentemente a la «tragedia». No es sensato que Obeid escriba «las aguas bajaron pero la pobreza queda» (El Litoral, 01/02/04) y que nadie, ni de su partido ni de los otros, le exija respeto por los muertos. No es sensato que parte de los fondos nacionales para la inundación se haya derivado a 234 comunas que no fueron afectadas por el agua, ni que Reutemann sostenga en televisión que Plaza España estuvo inundada (programa «Punto.Doc», 31/03/04, en vivo).

No es sensato, por último, que si estos señores se vuelven a postular, sean nuevamente elegidos. Y este punto va más allá de la Ley de Lemas. Como he señalado en artículos anteriores, las responsabilidades son compartidas tanto por la clase dirigente como por la contribuyente.

 En Santo Tomé

 También hay inundados en Santo Tomé, aunque menos. Y como los de Santa Fe y otras localidades, para que se respeten sus derechos tienen que protestar. Después de haber presentado notas a Juan Carlos Forconi, de la Unidad Ejecutora de Recuperación de la Emergencia Hídrica y Pluvial (ingresadas el 19/02/2004 y el 16/03/04), y al intendente Piaggio (notas del 01/03/04 y del 15/03/04) y de no haber tenido respuesta satisfactoria, iniciaron la protesta en la costanera, acampando desde el 09/03/04 en la intersección de calles Sarmiento e Iriondo.

Esto motivó la crítica de vecinos de la zona ante las bombas de estruendo en horarios en que no afectaban al municipio (a la siesta, a la madrugada), ante el robo de energía eléctrica de una de las columnas de alumbrado público, ante las condiciones sanitarias (no hay baños, por lo que se orina y defeca directamente en la costanera, con el riesgo que esto significa en un lugar de uso público), ante los caballos y carros que hay sobre el paseo, ante silbidos y palabras agresivas hacia los transeúntes. Los vecinos de calles Esperanza, Libertad, Sarmiento, Iriondo y Avellaneda presentaron una nota al intendente (la Nº 171004, del 18/03/04), en donde se reconoce el justo reclamo de los inundados pero no los métodos, que atentan contra la normativa emanada del mismo municipio y de la EPE.

El sábado 20 algunos vecinos se reunieron con los inundados, lo que sirvió para limar asperezas y consensuar, por ejemplo, que se terminara con las bombas de estruendo, los silbidos y palabras fuera de lugar. Se decidió presentar una segunda nota al intendente (la Nº 171054 del 22/03/04), incluyendo dos puntos clave solicitados por los inundados para levantar el campamento. Esta nota tuvo un sesenta por ciento más de firmas que la primera. Copias de las notas fueron entregadas a los inundados, que las aprobaron. Uno de sus dirigentes declaró, incluso, «los vecinos hicieron más por nosotros que los funcionarios». STV Televisión hizo una entrevista a ambos grupos el lunes 22.

Este escenario permitió, primero, dividir aguas entre los vecinos, porque algunos se negaron a firmar las notas sin comprender el sentido y alcance del planteo. Y segundo, definir un panorama de por sí brumoso en donde lo que salta a la vista es el uso y abuso de los inundados. Son usados por el poder político oficial (no responder a las notas ni darles audiencia cuando ya no suman votos) y de la oposición (entregarles una garrafa y vituallas para diferenciarse del oficialismo), cada uno buscando sus propios réditos en una lucha de pobres contra pobres, y sin reparar en que los demás vecinos de la ciudad son contribuyentes que sufren las consecuencias del desorden, además de propiciar a hijos y entenados porque el mismo municipio y los concejales de la oposición son quienes alientan el incumplimiento de la ley al fomentar las irregularidades.

No deja de ser curioso que Piaggio y Sergio Ripoll, cuando eran concejales, enviaran una nota a Reutemann (ingresada en la secretaría privada el 23/06/03) pidiendo por los inundados de Santo Tomé y explicitando las zonas afectadas: «Villa Libertad, sector oeste del barrio “Las Vegas”, sector denominado “Las Baleares”, sector denominado “Costa Azul”, y parte de las viviendas del barrio “Nuestra Señora de Lourdes”» (sic). Meses después Piaggio se niega a responder y/o atender a los representantes de esos mismos barrios. Cuando los piqueteros cortaron el puente carretero Piaggio sugirió que Obeid «debía irse» si no era capaz de hacer lo que debía hacer (El Litoral, 13/01/04). Es llamativo que ahora que el problema está a escasos cincuenta metros de la municipalidad, que se violan las normas impartidas por ese municipio, y que además los contribuyentes se lo hacen saber por nota, Piaggio no piense igual y no vacile en quedarse y en guardar silencio. La diferencia radica, al parecer, en que en junio Piaggio estaba en campaña proselitista, y ahora ya es intendente.

Una vez más el Estado respalda y fomenta la cultura de la barbarie al ser quien calla y exige, con su inacción, que los vecinos actúen. Es un desatino de alcances insospechados que los funcionarios se niegan a comprender y evaluar. Es el Estado quien cobra pero no resuelve los problemas de los contribuyentes. Tanto los inundados como los lindantes de la costanera tienen los mismos derechos y obligaciones, y son igualmente damnificados por el Estado. Todos son vecinos de Santo Tomé. Por eso es imprudente, y hasta delictivo, que el Estado margine a unos y enfrente a otros por abulia, incumplimiento de los deberes del funcionario público, o incluso algo peor. El campamento recién fue levantado el sábado 17/04.

 Primer mundo

 Las sociedades tienen los gobiernos que se les parecen (y que por tanto merecen). Los funcionarios que desgobiernan Santa Fe desde hace veinte años son emergentes de una sociedad perturbada que no termina de encontrar su camino. Por más que se aspire a pertenecer al primer mundo, como pontificó Menem durante la década infame de los noventa, es la realidad quien determina: en el primer mundo de España, por ejemplo, bastó que el gobierno de Aznar enviara tropas a Irak contra el sentir generalizado de la población, y que luego adjudicara los atentados del 11/03/04 de Madrid a la ETA, para que dos días después perdiera las elecciones. En Santa Fe pasaron cinco meses de la inundación, pero las elecciones de setiembre premiaron a los mismos. Pasaron dos años de los muertos de Rosario y todavía no hay responsables. Pero Reutemann, que entonces era gobernador, hoy es senador nacional.

En la Argentina transcurrieron doce años del atentado de la Embajada de Israel (17/03/92) y diez del atentado a la AMIA (18/07/94), y aún no hay culpables concretos. A veintiocho años del golpe de Estado de 1976 la sociedad y algunos funcionarios aún coquetean con una u otra postura, si deben o no concurrir al acto oficial del gobierno nacional. Nadie señala, sin embargo, el silencio cómplice de los últimos veinte años del Partido Justicialista, cuyo desgobierno fue el principal gestor del golpe de Estado, y cuya representante legal por esos días, María Estela Martínez de Perón, fue quien ordenó «aniquilar a la subversión» (decreto 261 del 09/02/75). Pocos recuerdan que las desapariciones de personas comenzaron en 1973, durante el gobierno constitucional justicialista, y que se reforzaron con la Triple A (esa “mazorca” contemporánea) y con la agrupación Montoneros (esos «imberbes» que el 01/05/74 abandonaron la plaza cuando Perón los retó).

El ejército ha hecho una autocrítica a lo largo de estos años. No ha ocurrido lo mismo con la dirigencia subversiva ni con el Partido Justicialista ni con otros partidos con menos adeptos. Que algunos miembros hayan sido desaparecidos o encarcelados no alcanza a paliar el silencio de la cúpula del PJ, cuya responsabilidad en la debacle es elocuente. Tampoco el PJ ha explicado la masacre de Ezeiza. El silencio de Kirchner el 24/03/04 en su discurso en la ESMA sobre lo realizado por Alfonsín en materia de derechos humanos es inadmisible; las posteriores explicaciones del jefe de gabinete, Alberto Fernández, son lamentables. Además, el discurso pareció avalar lo actuado por una de las partes (Montoneros), en lugar de criticar el uso del terror sin importar las banderías ideológicas que lo sustentan. Luego Kirchner se disculpó con Alfonsín y miembros de la CONADEP, pero el yerro ya estaba dicho. Es interesante lo que dice la sicología sobre estos lapsus. Qué paradoja que algunos Montoneros de ayer hoy sean gobernadores o intendentes.

No hay que engañarse: fue el radical Alfonsín quien encarceló a los genocidas, sentando un precedente que ningún país de Latinoamérica imitó, y fue el justicialista Menem quien los indultó. Pero el Nunca más aún no ha alcanzado al PJ, pese a las declaraciones altisonantes y demagógicas de los gobernadores Obeid, Busti, Felipe Solá, De La Sota y Carlos Verna. Ninguno de ellos habló cuando Menem decretó los indultos (tampoco Kirchner, por cierto): lo encubrieron porque en ese momento Menem era el referente del partido y todos se encarrilaban a sus espaldas. La advertencia de Obeid a Kirchner desde el palco de Rosario se encuadra en la lucha interna del PJ para posicionarse en el nuevo mapa político y es una muestra más del desprecio que se tiene por los ciudadanos y de los verdaderos intereses de algunos políticos.

A un año de la inundación el número de víctimas sigue creciendo, porque a los ahogados y desaparecidos de un primer momento se agregan los que han sufrido ataques por estrés o enfermedades como consecuencia de lo vivido y como impotencia ante un Estado que se ha burlado de la sociedad. Considerando el mismo período de 2002, ha habido muchas más muertes en 2003. La realidad dice más que las palabras, y los funcionarios quedan así como quedan en los contribuyentes las secuelas de cada error del desgobierno. Hay escuelas que sufrieron la inundación que un año después aún no fueron reparadas, como las número 1258, 570, 1298 y 809 (El Litoral, 26/03/04). Es decir que la arbitrariedad del Estado continúa indemne, impulsada por una ignorancia fervorosa, militante. ¿Cuál es el límite de la iniquidad?

Santa Fe vive la cultura de la barbarie, que no es otra que la que los funcionarios emanados de la misma sociedad santafesina propician a diario con silencios, argucias, discursos demagógicos, “explicaciones” vacías, guiños cómplices, bravatas de barricada y la más obscena hipocresía que podría compararse a la venalidad de proxenetas y delincuentes. Mientras tanto las aguas seguirán su costumbre de milenios, a la espera de que nuestros funcionarios, fiscales y jueces reaccionen y de una vez por todas hagan mérito de (y en) sus lugares de trabajo.

Carlos O. Antognazzi,
Escritor
Santo Tomé, marzo de 2004.

Publicado en el periódico El Santotomesino Nº 71, abril de 2004. Páginas 6 y 7. Se permite la reproducción y difusión completa citando fuente y autor.

 

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