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SUEÑOS BORRADOS

Lázaro David Najarro Pujol

Cuba



Todos dormían tranquilamente esa noche. La tarde había concluido de una forma rara y un sol intenso rojizo se apreció en el oeste. La marea subía lentamente. Un mensaje recibido por el telegrafista indicaba que no eran necesarias preocupaciones.

Pero unas horas más tarde de que el sol se disipara en el horizonte, el destino del pueblo comenzó a cambiar.

El día ocho a las siete de la noche el parte emitido ubicaba el centro del fenómeno atmosférico, a 150 millas al oeste de Jamaica, moviéndose al norte noroeste. Dejemos que los propios protagonistas reflexionen en torno a la tragedia:

El día 7 de noviembre por la tarde, Teófilo González, recibió extrañado a su cuñado Sángara. No lo esperaba. “¿A qué habrá venido?” Solo pensaba en eso.

“Mi cuñado vivía en Macareño. Mi casa la había construido recientemente, con paredes de caoba, cedro, jiquí y techo de zinc.

“Comenté con mi cuñado que no me agradaba el tiempo. Escuchaba un sonido muy extraño que procedía del mar. Yo percibía una ardentía. Él no prestó mucha atención a mis presentimientos y me dijo que el problema mío era de los nervios y que por ese motivo había venido para no dejarme solo. Entonces comprendí lo de la inesperada presencia de Sángara en mi casa. Días antes había expresado un presentimiento a mi familia. Me atormentaba la idea de que el pueblo había sido destruido por una ola gigante. Pensaba, como pregonan muchos por aquí, que el mal año entra nadando. Era un presentimiento que no me dejaba ni siquiera dormir. Y entonces fue que el día 7 se me apareció Sángara en la casa como mi protector. Pero lo que experimentaba ahora no eran presentimientos era la realidad.

“El día 8, por la mañana, el mar llegó hasta la puerta de entrada. La casa estaba pegada a la costa.

“-¿Ahora entiendes, Sángara que el problema no es de los nervios? Recuerda lo que dice el refrán: Nunca la nube va contra el viento.

“-De todas formas, que la marea suba es algo normal aquí.

“-Cuñado, no seas tan necio, recuerda que las palabra del anciano son un oráculo. Y los viejos pescadores de aquí presienten el peligro.

“-¡Esta bien! ¡Esta bien! De todas formas me quedo aquí contigo.

“Por la tarde tuvimos que quitarnos los zapatos y andar en short. Esa noche no pudimos dormir. Ya mi cuñado se notaba preocupado y se lamentaba de no encontrarse en su casa con los suyos. Pero ya tenía que permanecer aquí porque todo se comenzaba a inundar. Quedamos atrapados entre el agua de mar y el río Najasa que lo teníamos detrás.

“Cuando amaneció el agua del mar nos daba a la cintura. Teníamos las puertas y las ventanas completamente abiertas. A las cinco de la mañana le pregunté a mi cuñado algo que de antemano ya sabía:

“-¿Tu sabes nadar, Sángara?

“-Tu sabes que no, Teófilo.

“-Cuando te indique, agárrate de mi cinto. Voy a buscar un colchón para que nos lleve flotando.

“Al momento vino una ola inmensa que estremeció la casa. Le siguió otra mayor cargada de escombro, fango, sargazo y mangles. La ola parecía un león gigante, pero pude advertir a mi cuñado:

“-¡Tírate!

“Él se agarró de mi cinto. Nos mantuvimos flotando encima del colchón. En ese instante nos acercamos a un bote.

“-¡Vamos a subirnos al bote!

“Mi cuñado logró subir a la embarcación. Un madero me golpeó la cabeza. Perdí el conocimiento. Quedé encima del colchón que estaba enredado en unos troncos grandes. No pude precisar el tiempo que permanecí inconsciente. Las corrientes marinas me arrastraron. De pronto escuché unos gritos que procedían de una lancha. Me lancé al mar y nadé desesperadamente hacia la embarcación. Sentía frió y un temor inmenso. Pero nadaba. Me sobrepuse al miedo: El valor es, a veces, efecto del miedo. En esa circunstancia recordaba los refranes evocados por mi padre. Algunas familias se refugiaban en la lancha. Con la ayuda de aquella gente logré subir a cubierta. Es verdad lo que dicen los viejos pescadores del pueblo: La dicha reúne, pero el dolor une. Todos estábamos envueltos en una terrible pesadilla, pero también juntos, compartiendo lo poco que tenían.

“-Teofilo, toma un poco de café para que entres en calor.

“Era Petronila Cabrera. Una de las pocas mujeres pescadoras del Golfo de Guacanayabo.

“-Está malo porque no tenemos azúcar-me dice la mujer.

“Me parecía el mejor café del Mundo. Es verdad: en la casa del desnudo cualquier trapo es camisa. Aquel líquido amargo fue capaz de animar mi estómago.

“El huracán arrastraba todo tipo de objeto: las casas, los árboles, las empalizadas, las personas... El día 10 levamos el ancla y llevé la lancha hasta la costa.

“Para caminar por la orilla de la playa tuvimos que apartar los cadáveres y los escombros. En una empalizada escuché los quejidos de personas vivas. Eran mujeres, niños...

“-¡Sáquenme de aquí, que estoy vivo.

“Entre los lamentos me pareció escuchar el de mi cuñado Ságara. ¿Serán ideas mías? Me preguntaba angustiado.

“No pudimos hacer nada por aquella pobre gente. Aníbal Piña, el jefe de sanidad ordenó quemar todas las palizadas con la gente dentro. “Para evitar una epidemia”. Así justificaba aquella barbarie.

“-¡Qué horror, quemar personas vivas!”

La Casa de Armelio Lara Correa era de piso alto, se encontraba entre las dos calles de Playa Bonita, en el callejón de Avalo.

“Nos dedicábamos a la venta de pescado, que enviábamos para Camagüey y Florida. Contábamos con un camión reconstruido de un Ford, llamado tres pata’. Pero el pescado lo embarcábamos en tren.

“El día 8 me acosté temprano porque tenía que madrugar. Mi cuñado, de nacionalidad americana, sintonizó un radio, escuchaba una estación de Miami que transmitía los resultados de las elecciones en Estados Unidos. De momento la transmisión se interrumpió.

“-¡SOS!

“Ese mensaje se repitió tres veces y mi cuñado nos lo tradujo al español:

“El huracán que se encontraba en el golfo de honduras, había recurvado y se dirigía a un punto de la costa de Cuba. Se dirigía a la costa sur de la provincia de Camagüey, al puerto de Santa Cruz del Sur.

“Unos 20 minutos más tarde el locutor repitió el mensaje en ingles.

"-Arranca el camión y llévate tu familia para la casa de Perico Salazar-me dice de pronto mi cuñado.

“Manuel Curra, el chofer del carro de bombero, detuvo el vehículo frente a una ranchería. Venía a auxiliar a algunas familias. Cuando se bajó del camión fue alcanzado por una pancha de zinc que le cortó la cabeza. El cuerpo brincaba y el agua se tornó roja.

“Una joven, de unos quince años de edad, trató de atravesar la calle, otra pancha de zinc la trozó por la cintura. Un gran escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

“Nos aproximábamos al almacén de Avalo. La edificación había perdido el techo. Dentro del local se encontraban varias familias, entre ellas los hijos de Manuel Cañete, con Rita de Quesada y también los Díaz.

“Una de las muchachita, que era entretenida, se incorporó y camino tres pasos. La hermana la agarró por un brazo para que regresara. Una vigueta elevada por los vientos se le echó encima y les golpeó la cabeza. Al instante quedaron muertas las dos jovencitas.

“Con esa pesadilla, del huracán, he vivido toda mi vida. Son momentos difíciles de olvidar”.

El huracán del 9 de noviembre de 1932 le borró a Teofilo Martínez todos sus sueños.

“El mar vistió de luto a miles de madres, hermanos e hijos. Vistió de luto a un pueblo entero. Fue la prueba más cruel de mi vida. No he podido recuperarme de la tragedia”.

Clara Aurora Betancourt, perdió la ilusión de su juventud, risueña, alegre...

“Esperaba un gran porvenir siempre color de rosa, pero se convirtió en una niebla oscura, tenebrosa y destructora. Nuestra comunidad quedó borrada del mapa. Fue una pesadilla que duró muchas horas y de un día para otro el pueblo se convirtió en escombros. En horas, sin darme cuenta, el corazón se me amargó”.

Por las casualidades de la vida, Ángel Córdova Álvarez, un mes antes del desastre llegó a Santa Cruz del Sur.

“En corto tiempo recibí el cariño, hospitalidad de la gente del pueblo. Encontré en muchas personas una amistad franca.

“Cubría el descanso del jefe de la estación del ferrocarril y el mismo día 9 de noviembre terminaba mi suplencia, pero, por esas cosas del destino, no abordé el gascar que partió a las seis de la mañana rumbo a Camagüey. Pocas horas después me correspondió vivir el momento más amargo de mi vida. Le pedí al auxiliar que me acompañara. Él había notado que el mar había subido bastante. En el muelle había quedado una casilla del ferrocarril. Como a las cinco de la mañana la gente se refugió en la casilla. Como 42 personas se reunieron allí, entre ellas las familias de Salvador Furiach, Eliécer Betancourt y otras más. Una ola gigantesca entró a la casilla pero Eliécer había dado la orden de que se abriera la otra puerta para no hacerle resistencia al mar y el agua pudiera entrar y salir libremente. En el Way había 40 casillas más que no pudieron resistir la furia del viento y del mar. Escuchaba los gritos aterradores de las mujeres, los niños y los hombres hasta que fueron apagados por el agua. Vimos pasar encima de un piano a una mujer completamente desnuda y aterrada.

“A las mismas personas que había conocido las vi morir con gran desesperación en sus rostros. Mi suerte fue distinta. Sólo la casilla en que yo me encontraba, en espera del tren de auxilio, no fue arrastrada por las fuerzas del mar y el viento”.

Ramón Lazo Gil vio tronchada de la noche a la madrugada, el afán de aquella generación de santacruceños.

“Nuestros sueños fueron destruidos por cruel obra del destino. Aquellas personas con las que había compartido mis sueños y alegrías se habían transformado en pocas horas en seres andantes en la desesperación, con las manos sobre la cabeza, los ojos inyectados en sangre, la voz apagada, con los cuerpos semidesnudos y la piel blancuzca. Parecíamos cadáveres vivientes que nos movíamos como sonámbulos de un lugar a otro sin rumbo determinado buscando a los familiares y ahogados en llantos. ¿Qué de las madres que las corrientes y el viento le arrancaron de entre sus brazos a las criaturas? Han quedado traumatizadas y cargan con ese dolor para toda su existencia”.

Ese día inolvidable quedó grabado para siempre en la memoria de Feliberto Pettit Tiá

“Una gigantesca tormenta de viento y agua, soplando de este a oeste y de sur a norte de forma circular, fue arrasando con cuanto se encontraba a su paso, arrasando con los seres humanos y objetos materiales. El persistente oleaje y las ráfagas de viento quebraban las casas de débiles estructuras de madera.

“Se observaban personas vivas encima de los árboles y techados, cuerpos decapitados por planchas de zinc y tejas de barro que se desprendían de las viviendas como hoja de papel y, cadáveres enredados en las palizadas o arrastrados por la furia del viento, el mar y las lluvias. Muchas familias quedaron atrapadas y ahogadas dentro de sus viviendas. El mar en su retirada se llevó con él decenas de personas vivas y cadáveres, algunos seres humanos desaparecieron y otros fueron encontrados putrefactos enredados en los mangles de las cayerías más cercanas”.

Desde su fundación Loreto Moncada Reinaldo se desempeñaba como presidente del club de los hijos de los Veteranos de la Guerra de Independencia hasta que desapareció como una pesadilla aquel 9 de noviembre de 1932, denominado día negro en Santa Cruz del Sur. “El agua fue subiendo hasta alcanzar la altura de un poste de la luz o quizás más y el mar se adueñó de unos cinco kilómetros tierra adentro”.

Sabino Rodríguez Menéndez consagró su vida al trabajo para labrarse un futuro en la vejez, futuro que quedó frustrado casi al concluir el año 1932.

“El mar se tragó todo lo que creamos. Devastó las casas, los techos, los curvatos (1) y las empalizadas. Solo una vivienda de madera de dos plantas, de los Martínez Milanés, quedó en pie y resistió hasta el final del huracán, en la que sobrevivieron unas 40 personas. También la fuerza del mar y la violencia de los vientos arrasaron con las tres escuelas, pupitres, libretas escolares, muebles, portales, puertas, ventanas, embarcaciones, muelles, alambradas, pianos y todo lo que encontró a su paso. Arrastró con él todos nuestros sueños”.

Nunca Rita de Quesada pudo borrar de su memoria aquella infernal madrugada.

“Ese día dejó para siempre una página de lagrimas en nuestra historia. Encontraba a mi paso mujeres, hombres, niños y ancianos semidesnudos y temblorosos. El pueblo amaneció borrado del mapa el día diez de noviembre. Los cadáveres flotaban junto a todo lo que era de madera. Durante muchos días ardieron en fogatas gigantescas los cuerpos putrefactos de seres humanos y animales. Más de tres mil personas, el 70 por ciento de los habitantes, quedaron sepultadas en mi pueblo”.

A América de la Cruz del Risco Muñoz, la acompañaron durante el resto de su vida unos recuerdos espantosos que a veces no le dejaban conciliar el sueño.

“Aparecían en mis pesadillas personas aún vivas dentro de los escombros y varios hombres con latas de gasolina o de petróleo dándole candela a las piras. Escuchaba los lamentos de aquellos cuerpos inertes debajo de las palizadas. Veía una columna de humo negro que cubría todo el pueblo. Por las madrugadas a veces me despertaba sobrecogida con imágenes dantescas: una madre con el cuerpo de su hija muerta entre sus manos y apretada al pecho como cuidando su sueño definitivo”.

A Pedro Guerra Cabrera, el huracán lo sorprendió en las cayerías de las Doce Leguas.

“Ese día no puede borrarse jamás de la mente de los que sufrimos aquella terrible pesadilla. Quedó clavado en mi corazón como una espina. No es solo mi sufrimiento y mis angustias, es el sufrimiento y la angustia de todos los que sobrevivimos la tragedia. Santa Cruz del Sur se transformó en cenizas. El pueblo se fue envolviendo en un gran remolino de viento, agua, fango, maderos, aceros y cadáveres”.

El 9 de noviembre le golpeo muy fuerte el corazón a Juan Amado Vega Martínez.

“Un gran vacío quedó en mi vida. Mi casa se convirtió en escombro. Cientos de personas ahogadas y aún vivas al vaciar la marea fueron sepultadas en el mar. Muchos cuerpos aparecieron enredados en las cayerías. Después para aumentar la tragedia las tripulaciones de dos navíos de Guerra que anclaron en el puerto saquearon al pueblo”.

Pero Leonardo Vila Aróstegui se sintió en algo cómplice de la tragedia

“Me correspondió, en función de mensajero de telegrafista, entregar el último telegrama enviado por el Observatorio Nacional, que reportaba que el huracán no ofrecía peligro para Santa Cruz del Sur. Yo desconocía que llevaba un mensaje de muerte. Por lo menos con este telegrama las familias se fueron a la cama sin el presentimiento de la tragedia y fueron sorprendidas, en la madrugada, con el amargo beso de las enfurecidas aguas que ya eran dueñas de las calles y de las viviendas”.

Ese mismo año 32 Ángela Emilia Santana Montenegro había cumplido 14 años de edad.

“La vida me jugó una mala pasada. Perdí mi adolescencia y mi juventud. Mis infantiles ilusiones desaparecieron para siempre. Añoraba un futuro repleto de felicidad que se amargó en lo más profundo de mi alma. Experimenté un gran terror al ver destruido, en pocas horas, mi castillo de sueños. Aquella visión de horror y muerte quedará perpetuada hasta el fin de mi vida. El mar se tragó a mi pueblo, a mi niñez y a mis sueños. Quedé traumatizada síquicamente”.

El devastador huracán del 9 de noviembre de 1932, dejó en Fernando García Villarreal una historia pasada.

“Lo tengo como una huella imborrable. Fuimos victimas de la mayor tragedia natural en la historia de nuestro país.

"El huracán del 9 de noviembre de 1932 recorrió con rapidez a la provincia de Camagüey de sur a norte dejando tras de sí una huella de destrucción, dolor y muerte. Los fuertes vientos, las lluvias y las olas continuaron buscando nuevas victimas rumbo a las islas Bahamas”.

El 9 de noviembre de 1932 dejó cicatrices profundas en aquella gente, cuando un huracán causó cerca de 4 mil victimas entre muertos y desaparecidos, de los más de cinco mil habitantes que residían en el pueblo camagüeyano de Santa Cruz del Sur 24.

A raíz del meteoro, un profesor de una academia, de apellido Lavernia, dedicó a Santa Cruz un brillante y patético escrito:

Santa Cruz del Sur
Alegre y risueña, feliz descansabas
Recostada en la hermosa playa de la costa sur
Alegre, porque te esperaba un gran porvenir...
Risueña, porque tus hijos unidos formaban
la riqueza y la alegría del hogar...
Feliz, porque tus hijos anidaban el amor y
confraternidad espiritual
y... ahora
de ti no queda nada, nada, el destino tronchó
Tu vida; tus hijos, unos murieron y otros llevan la muerte en el alma
pero
el recuerdo de los muertos
levantará
En los hijos de Santa Cruz del Sur, que aun tienen
alma y corazón
La fe
Y seguirás nuevamente sonriente, besada
por el Mar Caribe
Santa Cruz del Sur
Recuerda a tus hijos muertos
Levántate.

Tomado de sitio Web: www.cibercuba.com/camaguebax

Del libro en preparación "Sueños y turbonadas".

(1) Recipiente de madera de miles de galones de capacidad, que se llenaban de agua de lluvia

Este artculo tiene del autor.

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