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EL TROVADOR Y LA MODELO

Marie Rojas Tamayo

CUBA



Amaneció como puede hacerlo un día cualquiera:

No hubo tornados,

Ni nubes semejantes a cándidas ovejas,

Ni arcoiris,

Ni lluvia,

Ni nada...

 

Aún sin señales en el cielo

El trovador supo que el momento era llegado

Porque amaba

Con el amor más intenso

A la mujer perfecta.

 

Sabía que no podía alcanzarla sino en canciones

Que por demás ella nunca oiría

Porque no le interesaban

Sino los perfumes de las tiendas parisinas

O aparecer en las revistas de moda.

 

Pero el poeta no sabía ponerle defectos al alma

Que encerraba un recipiente tan sublime.

No podía sino admirar las líneas de su Eva

Y los ojos velados,

Y la boca sensual,

Y cantar, hasta quedar sin voz,

A aquellas piernas torneadas.

 

Por eso hoy,

Después de mucho trasnocharlo

La idea cobraba forma en su mente:

Sabía donde iba a renacer aquel último Fénix,

En qué minuto exacto.

Allí estaba,

Esperando

Impaciente, feliz,

Para lanzarse al fuego,

Fundir cuerpo y alma con la más sublime de las criaturas

La que ella no se negaría a amar...

 

No lo llamen suicidio.

No se muere cuando se muere de amor.

Como el Fénix,

Se renace de las cenizas.

 

Ahora el trovador puede mirar a su amada directamente a los ojos

Desde el dorado encaje de su jaula

Sin que ella esquive su mirada.

No le importa siquiera no poder volar

O haber descubierto que el Fénix no canta

Porque cada día

Al despertar

Ella le envía un beso con la punta de sus dedos cubiertos de diamantes.

Y eso le basta...

Este artículo tiene © del autor.

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