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Violencia en Argentina (VII): El huevo de la serpiente

Carlos O. Antognazzi

Argentina



El Ministro de Defensa José Pampuro tenía razón, pese al reto presidencial: hay una escalada de violencia. Todo el mundo lo sabe, menos el Gobierno que, como el avestruz, esconde la cabeza confiando en que no lo ven. Pero que Pampuro haya sido obligado a desdecirse no implica que la gente le crea. Por lo demás, si lo que se está viviendo no es una «escalada de violencia», ¿qué es? Sabemos que lo que comienza en Buenos Aires luego deriva al interior. La violencia está avanzando en las provincias. ¿Cuánto más el Gobierno persistirá en su “estrategia”? Legisladores de la oposición y la población en general no están pidiendo “represión”, sino que se cumpla la ley. Pero a medida que el tiempo pasa es más difícil hacerlo.

Violencia en Argentina (VII):
El huevo de la serpiente

El Ministro de Defensa José Pampuro tenía razón, pese al reto presidencial: hay una escalada de violencia. Todo el mundo lo sabe, menos el Gobierno que, como el avestruz, esconde la cabeza confiando en que no lo ven. Pero que Pampuro haya sido obligado a desdecirse no implica que la gente le crea. Por lo demás, si lo que se está viviendo no es una «escalada de violencia», ¿qué es? Sabemos que lo que comienza en Buenos Aires luego deriva al interior. La violencia está avanzando en las provincias. ¿Cuánto más el Gobierno persistirá en su “estrategia”? Legisladores de la oposición y la población en general no están pidiendo “represión”, sino que se cumpla la ley. Pero a medida que el tiempo pasa es más difícil hacerlo.

Señales de alerta

Los desórdenes de Santa Fe, cuando se destrozó la planta baja de la Casa de Gobierno (29/01/04); Tucumán, cuando Kirchner no pudo decir su discurso del 9 de Julio en el palco oficial; Santiago del Estero, cuando el Ministro del Interior, Aníbal Fernández, fue abucheado (15/07/04); y Chaco, cuando Castells y sus secuaces extorsionaron al empresario del casino de Resistencia (16/07/04), fueron por causas diferentes, aunque tienen un síntoma en común: un profundo malestar. Pero no siempre éste corresponde a los mismos grupos sociales. El destrozo de la Legislatura porteña el 16/07/04 brindó un dato nuevo: primero, no se trató solamente de piqueteros; segundo, se protestó contra una ley de la democracia.

Ya no se trata de gente que procura mayores beneficios clientelares del Estado, sino de agredir a quienes legislan por el sólo hecho de hacerlo. Podría pensarse que el destrozo se habría evitado si los legisladores decidían no cumplir con su trabajo. En otras palabras: que no habrá destrozos si se terminan las leyes (es decir, la democracia). Pero sin democracia ni monarquía hay sólo dos caminos conocidos: la anarquía, que termina indefectiblemente en guerra civil, y el totalitarismo. Argentina no conoce aún lo que es una guerra civil (no como la conoció España, en todo caso, con un millón de muertos). Sí conoce, en cambio, lo que puede el totalitarismo (democrático o de facto).

Que con tanta liberalidad grupos de piqueteros, travestis, vendedores callejeros y prostitutas se hayan expresado en contra de la democracia por la sola razón de que la ley que se pretendía implementar cercenaría algunas libertades propias (para poder garantizar las libertades de otros ciudadanos, y poner un poco de orden en tanto desquicio), sugiere que evidentemente algo no funciona. No importa que sean grupos minoritarios. El número es un dato menor cuando el destrozo que provocan es mayor, y cuando alcanza para que la Argentina una vez más sea tapa en los principales diarios extranjeros, sembrando el desconcierto y el temor en posibles inversionistas. ¿Quién querrá invertir su dinero en un país donde la ley es ignorada, donde las empresas extranjeras son asaltadas y extorsionadas por encapuchados armados con palos, y donde la provincia de la que es oriundo el Presidente opta públicamente por no regresar los fondos que tiene en Suiza por desconfianza en el mercado nacional?

Los anticuerpos del sistema pertenecen a la sociedad. Pero hay que leer como otro síntoma riesgoso que ni el casino del Chaco ni un empresario porteño hayan radicado la denuncia frente a la extorsión. El mensaje es claro: si bien hay cambios favorables en la Suprema Corte, no se confía en la Justicia. Y las razones de la desconfianza son igualmente claras: entre otras cosas, por ejemplo, que a diez años aún no se sepa quién voló la AMIA. Lo único que se ha podido demostrar es que el Estado, con mayor o menor aquiescencia de Rubén Beraja, ex presidente de la DAIA, fue un factor determinante a la hora de encubrir a los responsables. Y el explosivo que se utilizó, Anfo, volvió a ser sustraído de la Fábrica Militar de Azul: 2820 kilos robados con el consentimiento de Fabricaciones Militares (La Nación, 08/07/04, p. 13).

Incultura vernácula

La izquierda nacional no ha sabido movilizar ni gestionar proyectos de consenso para mejorar la calidad de vida. Frente a la pobreza de la mitad del país, y al incremento de las villas, que en las últimas dos décadas han crecido el 700 % en Moreno, provincia de Buenos Aires (según datos oficiales), el desmanejo de la izquierda y su utópico abroquelarse han hecho que sus diatribas pasen desapercibidas o directamente apuntalen el avance de la derecha.

Ante los destrozos en la Legislatura porteña el diputado socialista Héctor Polino fue claro: estos hechos «terminan siendo funcionales a la derecha» (La Nación, 17/07/04, p. 8). Su colega Luis Zamora, en cambio, que cada vez tiene más problemas para entender la democracia, responsabilizó al macrismo y al ibarrismo por «la sanción autoritaria del código de convivencia». Al no definirse explícitamente contra la violencia, la justificó. Zamora participa de la idea romántica de que el Gobierno de izquierda surgirá de las cenizas de la destrucción. Carlos Gabetta señala la falacia: «La dictadura militar argentina perdió todas las batallas, menos la ideológica» (Progresismo desorientado. Le Monde Diplomatique, Cono Sur, julio 2004). Así, donde la izquierda retrocede, avanza y se posiciona la derecha. Estos opuestos no se excluyen, son elásticos y se complementan: uno existe por el otro, y ambos ocupan la totalidad del cuerpo social.

Lenin hablaba de los «izquierdistas infantiles». Cuando Blumberg moviliza un reclamo esa “izquierda” lo critica por considerar que se embandera con la “mano dura”. Esa misma “mala izquierda” es la que «subsiste, aunque oculta, ya disfrazada con el ropaje de su adversaria, la izquierda democrática, ya aferrada al último bastión que es Cuba, ese museíto folklórico de provincia, donde se exhiben los restos arqueológicos de una civilización desaparecida», sostuvo hace ya diez años Juan José Sebreli (El vacilar de las cosas. Sudamericana, 1994, p. 17). Y la falta de apoyo y consenso político hace que meses después del 01º/04/04, en que ciento cincuenta mil personas se manifestaron a favor, el proyecto de Blumberg aún no sea realidad. Paola Spatola se pregunta «¿Qué pasó con el “protocolo antisecuestros” y la Agencia Federal de Investigaciones y Seguridad Interior? ¿Qué pasó con la creación del sistema unificado de registros criminales, la construcción de nuevas cárceles y el traslado de detenidos de comisarías bonaerenses a dependencias militares en desuso? ¿Qué pasó con la Policía Comunitaria de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el plan de recuperación de menores en riesgo con participación del Ministerio de Educación de la Nación?» (Nada pasó y el delito sigue en pie. La Nación, 09/07/04, p. 17).

El riesgo de la cultura de la violencia es su seducción, que conlleva al mito de las “soluciones fáciles”. Además, el posible acostumbramiento de una sociedad fuertemente dañada, tanto en períodos democráticos (v. gratia, 1973-76) como de facto.

Lenguaje oficial

Suele pensarse que el “Estado” es una entelequia, la “cultura” algo que no sirve, y que los “espacios públicos” no son de nadie. Estos yerros impiden comprender que el Estado somos nosotros mismos, que cultura es lo que permite ser y crecer a una comunidad, y que lo público pertenece a todos y, por ende, necesita de todos para su mantenimiento y uso correcto. La pobreza no se circunscribe al tema monetario: «la pobreza no es sólo asunto de dinero. También es una materia cultural en el sentido más amplio del término y que no tiene responsable en el Poder Ejecutivo, porque los secretarios de Cultura parecen autorrestringirse a las actividades artísticas», explica el economista Daniel Larriqueta (La pobreza, una cuestión de Estado. La Nación, 07/07/04, p. 17). A la violencia se la alienta por adhesión u omisión. Si el Estado (nosotros) no actúa para evitarla, se la fomenta por inactividad. Las sombras de la tilinguería subsumen y aletargan, pero hay que sacudirse y exigir a nuestros representantes los cambios necesarios.

En 1974 Perón usó una palabra como vituperio y posicionamiento: «¡La ultraizquierda son ustedes!». Lo dijo, señalándola con el dedo, a la periodista Ana Guzzetti, del diario El Mundo. Poco después la periodista era encarcelada y el diario cerrado. La polarización de la realidad que hacía Perón es connatural al ideario argentino, como ya he señalado en un artículo anterior. Las palabras y los contextos importan. Toda polarización también supone una elección de quien la dice: al proferir «ultraizquierda», Perón simultáneamente se ubicaba, per negationen, en la ultraderecha. La sinceridad hacía su entrada en el Gobierno. De allí en más la barbarie sería explícita.

Ahora, frente a la destrucción de la Legislatura porteña, Kirchner usó una figura similar al decir que no se iba a dejar intimidar por «las ultras», ni la izquierda ni la derecha. Difícilmente desconozca que la expresión fue un exabrupto de Perón. Si es así, difícilmente su elección, en un momento de caos similar, sea fruto de la improvisación. Sabemos que el lenguaje no es inocuo, y que dice más de lo que el mero signo significa. Cabría preguntarse entonces hasta dónde Kirchner es consciente del alcance de su expresión, y lo que puede o no legitimar con una palabra. En sintonía, Kirchner sostuvo, frente a la polémica suscitada por las críticas de Aníbal Ibarra a la inacción del Gobierno y a la responsabilidad que le cupo frente al desastre de la Legislatura, que tenía «cosas más importantes» de las que ocuparse. ¿Cuáles son esas cosas?

En el artículo La violencia está en nosotros (El Santotomesino, mayo 2004, y Castellanos, 17/06/04) hice referencia al «huevo de la serpiente». En la película de Bergman se descubrían los síntomas que anunciaban el nazismo. Ahora también hay indicios preocupantes. Quizá la acción de la jueza Silvia Nora Ramond sirva para establecer un principio de orden. Pero nada podrá hacer si no se prevé una definitiva solución política, como precisó, impecable, el juez Eugenio Zaffaroni: «Las protestas piqueteras son un problema político que debe ser resuelto por los gobiernos. La Corte no está para solucionar problemas sociales como la pobreza o el desempleo, y debe actuar cuando el delito ya se cometió» (La Nación, 18/07/04, p. 11).

En Argentina los delitos se cometen a diario, pero el Gobierno insiste en mirar hacia otro lado. Hasta el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, poco antes de la debacle en la Legislatura sostuvo que el Gobierno no había cometido ningún error con respecto a la comisaría 24. Si no hubo error, tampoco delito. Pero sabemos que no es así, y que la gestación del huevo continúa.

© Carlos O. Antognazzi.
Escritor.
Santo Tomé, julio de 2004.

Publicado en la revista “Hoy y mañana” Nº 44 (Santa Fe, Argentina, agosto de 2004). Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2004.

Este artículo tiene © del autor.

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