La zarracina se presentó de improviso, grisa, lienta e impetuosa. Sus frescas rachas iban acompañadas de álgidas salpicaduras de lluvia. La gente presurosa, huía arredrada del repentino e inclemente aguacero primaveral. La tormenta formaba inesperadas torvillas y remolinos, que giraban en espiral, arrastrando hacia su eje la fruslería, que por allí se hallaba. El centrípeto y helicoidal desplazamiento, elevaba las deterioradas zarandajas en ascendente barrena, a las obnoxias alturas. Allá (...)