Tres hilas de álamos de alto porte y recio temperamento, cimbreaban sus hojas verdosas, simples, alternas y caedizas, al compás de la fresca, e inopinada brisa tutelar del río Duero.
Sus frondas anchas y de bordes enteros, seguían una coreografía pendular. Así, con cada racha de viento, las puntiagudas copas se abatían, combándose, hasta que la ventolera cesaba su impetuosa arremetida.
En cada una de aquellas sacudidas, los peciolos se extendían tanto, que muchas veces, parecía que las (...)