DÃcese que habÃa una vez, un padre sabio, pobre, pero conocedor de todo. Por tal de que a sus tres hijos no tuvieran tropiezos en la vida, él les iba señalando que hacer y que decir en todo momento, no los dejaba participar en las tareas familiares; pues el temor de que a sus hijos les ocurriera algo era muy fuerte en él.
Resulta que el primero lo obedecÃa ciegamente y creÃa en él, por cuyo comportamiento él lo invitó a sentarse al otro lado de la mesa como si fuera el segundo (...)