Sonia entra en el despacho de su jefe de sección después de pedir permiso. El hombre, de mediana edad, grueso y calvo, la invita a sentarse al otro lado de su mesa con una sonrisa. "¿Qué sucede?", le pregunta al ver la expresión preocupada en su rostro. "Es que una vez más se rumorea que me despìden. Cada seis meses, con esta historia del ERE, suena mi nombre por la oficina y esto es un sin vivir". "Ningún directivo ni yo, que soy tu jefe, ha pensado en ti en cuestión de (...)