A juzgar por las ediciones originales, hay que reconocer que el trabajo de traducción era tan imaginativo como riguroso: por cada ornythorinque hay un «ornitorrinco», por cada jocrisse habÃa un «zopenco».
Desde luego, el español no tiene nada que envidiar al francés a la hora de permitirnos descalificar a las personas que nos rodean. Sin embargo, la pobreza del lenguaje se ha adueñado de nuestro idioma y nos falta imaginación cuando nos ponemos a elegir nuestras palabras (...)