Después de haber recorrido numerosos tuneles, corredores y galerías subterráneas, al traspasar el umbral de la vigésima antecámara, que daba acceso a un largo pasadizo, que finalizaba en una vertical escalinata de más de dieciseis peldaños, nuestros pasos se hicieron más premiosos, como si nuestra fascinación quisiera deleitarse y dar solaz a cada uno de aquellos breves instantes, a cada uno de aquellos singulares momentos, que componían aquel efímero, intrigante y mágico acontecer.
El (...)