El calor canicular de la ardentísima y tránsida tarde sahariana, estaba propiciado por un sofocante, asfixiante y ríspido sirocco mediterráneo. Desde el interior del viejo palacio, donde paradójicamente se mantenía un ambiente, fresco y umbroso, una corriente de aire recorría con suma verticidad y solercia, las diferentes estancias de la planta inferior, de aquella suntuosa y centenaria edificación. Ese suave e invisible flujo escapaba con sigilo hacia el bellísimo rihad, a través de una (...)