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LA LENGUA ESPAÑOLA (4)

Camilo Valverde Mudarra

ESPAÑA



DIALECTOS DEL ESPAÑOL

I. EL DIALECTO ANDALUZ

De las variantes dialectales del español, el andaluz es la más importante. Circunstancias geográficas e históricas han hecho que el castellano manifieste, en el Sur de España, unos rasgos lingüísticos diferenciadores de carácter propio y muy singular. Del conjunto de hablas peninsulares, el andaluz es la única variedad dialectal de orígenes no primitivamente románicos. Siendo el andaluz el dialecto de mayor personalidad, con él coinciden, en lo fundamental, los otros dialectos meridionales: extremeño, murciano, canario y español de América.
El andaluz es el resultado de la evolución del castellano llevado al territorio meridional por los colonizadores y repobladores que, desde el s. XIII y, hasta el XVI, iban ocupando las tierras reconquistadas a los árabes. Es, por tanto, un subdialecto del Castellano. Los hechos históricos corroboran la existencia, en el habla andaluza, de diversos arcaísmos y occidentalismos; los unos se deben a la supervivencia mozárabe y los segundos, a efectos de la propia reconquista, que, en esta zona sureña, fue llevada a cabo, excepto el reino de Jaén, por la conjunción de fuerzas castellanas y leonesas.
Las características más sobresalientes del dialecto residen en el seseo-ceceo y en el vocalismo. El seseo y ceceo es el rasgo más significativo en el conciencia lingüística peninsular; sin embargo, el seseo se extiende por todo el alrededor de la Península y se oye en la zona valenciana, catalana, vasca y gallega. De todos modos, la peculiaridad andaluza estriba en la modalidad articulatoria de su -s- frente a la castellana vecina. La "ese" andaluza se realiza en dos variantes importantes: -s- coronal, la más frecuente, que se articula entre los incisivos superiores y los alvéolos, con la lengua plana; y la -s- predorsal, la más extrema y característica, que se articula con el ápice en los incisivos inferiores y con la lengua convexa. Hay núcleos que mantienen la -s- castellana: apico-alveolar cóncava.
El sistema vocálico es muy peculiar. En andaluz, existen ocho vocales, quizás diez, tres más que en castellano, hecho que recuerda la existencia de la cantidad indoeuropea en las lenguas clásicas. La razón fundamental se halla en la pérdida de la -s- final, signo fonológico del plural; para marcar la diferencia de número, singular-plural, la lengua recurre a un nuevo signo que consiste en modificar el timbre de la vocal, con lo que, creando la serie vocálica cerrada y la serie abierta, se provee del elemento propio para trasmitir la idea de la pluralidad: poko, poko. Es tan enormemente significativo, que la transformación del timbre de la vocal final ha transmitido su grado de abertura a la vocal tónica y de ahí a las demás vocales de la palabra: sing. [pOcO], pl. [pQcQ] (la cerrazón se marca con un punto bajo la vocal y la abertura, con una comita). La cerrazón de las vocales, en singular, es más obstensible cuando las vocales pertenecen todas a la misma serie: efe, efe; monótono, monótono.
Destaca especialmente el extraordinario alargamiento de la vocal tónica, en grado mucho mayor que en Castilla; es el rasgo fonético más intenso y el más prioritariamente percibido por los visitantes y foráneos. En las capas menos cultas del dialecto, se tiende a cerrar las vocales finales en singular: pechu, munchu; y en algunas zonas, en Padul (Granada), en Lucena y Cabra (Córdoba), la -a- final se cierra en -e-: niñe, camise, case; la -a- trabada por -r, l-, se hace -e-: el mer (el mar), té (tal), igué (igual).
Entre las diversas interpretaciones, M. Alvar presenta el sistema vocálico andaluz siguiente:
cerrada abierta
i.................u
o...............o
e................e
a................ä
punto comita

Estos son rasgos comunes a todas las variantes dialectales del español. Se basa en la existencia de dos puntos de localización (anterior y posterior) y de cuatro grados de abertura (cinco, si incluimos [i] y [u]).

II. EL ESPAÑOL DE AMÉRICA

El Español de América es un dialecto extendido por la colonización, que se inició cuando el idioma había consolidado sus caracteres esenciales y se hallaba próximo a la madurez. Ahora bien, lo llevaron a las Indias gentes de abigarrada procedencia y desigual cultura; en la constitución de la sociedad colonial tuvo cabida el elemento indígena, que, o bien aprendió la lengua española, modificándola en mayor o menor grado según los hábitos de la pronunciación nativa; o conservó sus idiomas originarios con progresiva infiltración de hispanismos. Durante más de cuatro centurias, la constante afluencia de emigrados ha introducido innovaciones y, si la convivencia ha hecho que regionalismos y vulgarismos se diluyan en un tipo de expresión hasta cierto punto común, las condiciones en que todos estos factores han intervenido en cada zona de Hispanoamérica han sido distintas y explican los particularismos. Los rasgos que caracterizan el Español de América son muy complejos, puesto que no se habla lo mismo en unos países que en otros, aunque los procesos de formación del idioma tuvieron, más o menos, el mismo desarrollo.
Si la propagación del Castellano obedeció en gran parte a la presión uniformadora ejercida por los órganos del poder estatal, la conservación de las lenguas indígenas se debe, en gran parte, a la política lingüística seguida por la Iglesia, para la evangelización de los indios. El continente americano que hoy habla español, era un mosaico de más de cien familias de lenguas en 1492. Esto constituyó una enorme dificultad para los soldados y los misioneros. Militares y políticos propugnaban la imposición del español y los misioneros, contrarios a la violencia, favorecían el aprendizaje y la enseñanza de las lenguas indígenas. La corona, atenta al beneficio de sus nuevos súbditos, dictó, en un principio, instrucciones para que los eclesiásticos aprendieran las lenguas nativas, sin descuidar la enseñanza de la nuestra; ello ha permitido que algunas hayan sobrevivido hasta ahora.
Ambas tendencias chocaron y se interfirieron largamente en los primeros tiempos de la colonización. En 1580, Felipe II, respetuoso siempre y en favor del indio, dispuso que se estableciesen cátedras de las lenguas generales indias y que no se ordenasen sacerdotes que no supieran las de sus provincias; en igual sentido, se pronunció, en 1583 la Iglesia en sus Concilios Episcopales. Los misioneros, que ya antes habían compuesto "artes" de lenguas nativas para evangelizar en ellas, intensificaron tal actividad, especialmente los jesuitas. Frente al indianismo de la Iglesia, el Consejo de Indias alegaba, en 1596, la multiplicidad de las lenguas aborígenes y la dificultad de explicar bien en ellas los misterios de la fe cristiana, por lo que "se ha deseado y procurado introducir la lengua castellana como más común y capaz". A pesar de que el Rey anota que “no parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural”, el virrey de Perú da ordenes conminatorias, para que misioneros y caciques se valgan sólo del castellano.
En 1770, tres años después de ser expulsados los jesuitas, una Real Cédula de Carlos III, impuso el empleo del Español. Pero mientras tanto, los misioneros aleccionados en las cátedras de lenguas generales indígenas habían contribuido eficazmente a que se mantuvieran y extendiesen en su dominio geográfico: así el quechua, con cuatro millones de hablantes, es cooficial en Perú y subsiste en el Sur de Colombia, en el Noroeste de Argentina, Bolivia y Ecuador; el guaraní, con dos millones, es cooficial en Paraguay; el náhuatl y el maya en México; y el aymará, en Perú y Bolivia. Ahora bien la extensión de las "lenguas generales" no fue sólo obra de eclesiásticos, sino consecuencia de todo el proceso de la conquista y colonización.
La influencia del substrato indígena se deja sentir en la adaptación del Español en América, principalmente en la entonación que las distintas hablas ponían en su pronunciación distinta a la castellana y a la andaluza; en la presencia de los sufijos "eso" y "esa" (procedentes del náhuatl mexicano); en la aparición del posesivo "y", el cual va unido enclíticamente a la palabra (agüelay = abuelita mía). Y del léxico, algunas voces han pasado al español de la Península (patata, piragua, tabaco, etc).
Se ven presentes leonesismos y aragonesismos por ser algunos de los conquistadores oriundos de estas zonas. Las influencias, pues, han sido recíprocas entre España y América. A causa de la gran influencia andaluza en el dialecto de América, observamos rasgos propios del habla meridional y de Canarias. Conviene tener en cuenta que la semejanza entre el Andaluz y el Español de América se acentúa en las tierras bajas, a dónde llegaban las flotas organizadas y equipadas en Andalucía mientras que, en las tierras altas, influidas por el prestigio de las universidades de Méjico y Lima, el habla se acerca más desde un principio a la castellana.
Los rasgos característicos y diferenciadores son: fonéticos: Seseo, Ceceo, Yeísmo, Aspiración de la "s"; morfológicos, voseo, uso de nombres postverbales, y sufijo -azo para el superlativo; sintácticos, empleo del impersonal haber en concordancia con el complemento directo, y las preposiciones "desde" y "hasta" para indicar tiempo; y léxicos, recordar por "despertar", cambios semánticos y préstamos de las lenguas indígenas.
Una comparación entre los rasgos que caracterizan al Español de América y los propios del Español actual de España nos permite señalar, en el americano, una doble vertiente: Arcaísmo y neologismo, tradición y renovación, ser y devenir, se entremezclan en Hispanoamérica, para dar como resultado un dialecto hecho y en continuo hacerse.
El Español de América no es una lengua uniforme. Por esto, no es fácil establecer y trazar áreas lingüísticas más o menos homogéneas. Algunos estudiosos, entre otros Henríquez Ureña y J.P Rona, lo han intentado, pero sin solución definitiva. El primero, propuso una clasificación señalando cinco regiones principales, basándose en tres factores: proximidad geográfica, lazos políticos y culturales y substrato indígena. Esta clasificación se considera hoy poco sólida; la otra, mas general, que se tiene por más fructífera, distingue entre altiplanicies y tierras bajas.
El Español de España y el del ultramar manifiesta una gran unidad en los registros cultos y literarios y bastante notable en el habla oral popular. La denominación Español de América no significa una modalidad distinta a la del Español Peninsular. Prácticamente, la lengua hablada en Hispanoamérica es la misma que la hablada en España. A su cohesión, obran las fáciles comunicaciones, especialmente, la radio y la televisión; la circulación de la literatura, con el auge de la narrativa iberoamericana: Borges, Sábato, Cortázar... y la eficaz acción conjunta de las Academias Española y Nacionales de América.

III. EL JUDEOESPAÑOL

El judeoespañol o sefardí es el español hablado por los judíos expulsados de España en tiempos de los Reyes Católicos; es una preciosa reliquia del español del siglo XV amorosamente conservado y transmitido a su descendencia; decía Dámaso Alonso que es como si se hubiera conservado, en vaso alcohol, una muestra de la lengua de esa época. Sefardí es el adjetivo del término hebreo Sefarad, que designa a España. La nota más característica del judeo-español y que llama la atención es su extraordinario arcaísmo; al romperse bruscamente la conexión con la metrópoli, no experimenta los principales cambios evolutivos que la lengua va sufriendo desde el momento de la expulsión y se conserva tal y como se hablaba en el momento de su salida.
La mayor parte de los judíos expulsados se asentó, después de sufrir diferentes azares, en diversos puntos del norte de África y del Mediterráneo Oriental, y tal fue su fidelidad a la lengua de Castilla, que todavía se mantiene entre sus descendientes en tierras africanas, en Grecia, Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Turquía, América y, sobre todo, en Israel. Aquel su español continúa en uso en las comunidades sefardíes, incluso en las que se instalaron en el Nuevo Mundo y hasta se ha extendido a judíos de otras procedencias. Los judíos siempre conservaron con ahínco sus tradiciones; permanecen en su memoria romances y dichos antiguos que se fueron olvidando en la Península. Así, cuando recitan viejos poemas españoles que conservan tenazmente a través de los siglos, se oye la lengua de Nebrija.
El rasgo más característico del judeo español es su acentuado arcaísmo visible en la morfología -so, estó, por soy, estoy-, en el léxico -agora, mansebu, preto, por ahora, joven, negro-. Otras como harnareta ’habitación’, adobar ’preparar’, fadar ’destinar, lograr’ topar-, que en España son de empleo literario o restringido, corren con todo vigor en judeoespañol; y más aún en su sistema fonológico, que no evolucionó -como en España o América- y viene a ser prácticamente el mismo que el del español del siglo XV. Eliminándose, como en andaluz y español de América, las articulaciones ápico-alveolares, todavía conserva la distinción entre sordas y sonoras: la x y la j, la c y la z, la ss y la s, la b y la v, y mantiene o aspira la f inicial de palabra.
Aunque al principio los sefardíes se agruparon según las regiones españolas de origen y aunque subsisten variedades de pronunciación y vocabulario, se ha llegado a una mezcla lingüística inteligible para todos; las diferencias son mayores en el habla familiar. No obstante, obsérvase en la actualidad un rápido proceso de decadencia, motivado entre otras cosas por el influjo de las lenguas vecinas -turco, árabe, eslavo, griego... y por la desaparición de muchas de las comunidades judías a raíz de la segunda guerra mundial. Temeríamos que sobreviniese la ruina de esta preciosa supervivencia, si el tenaz apego de muchos sefarditas no obligase a mantener esperanzas.
Los escritores que aún quedan en esta lengua se concentran en Israel, algunas zonas de Argentina, Grecia y Turquía, la mayoría de ellos escriben una poesía tradicional, romances, historias muy familiares y “cantigas”. Y muchas universidades se dedican a estudiar y enseñar el ladino en todo el mundo. Hay un gran interés en el ámbito académico por esta lengua, de ahí los estudios que se hacen sobre textos sefardíes. Pero quienes verdaderamente mantienen viva esta lengua son los más de 250.000 judíos sefardíes que la utilizan en su entorno familiar. Se duda si el ladino continuará en Israel tras las campañas que se han hecho para imponer el hebreo, pero actualmente se está intentando vigorizar y recuperar las lenguas y culturas de los diferentes reductos de la comunidad judía.
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Camilo V. Mudarra es Lcdo. en Filología Románica
Catedrático de Lengua y Literatura Españolas,
Diplomado en Ciencias Bíblicas y poeta.

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