Comenzaba a caer la tarde y la ciudad de Tier era iluminada por resplandores rojos que le daban un aspecto siniestro. Una gran agitación corrÃa en las gradas del circo. En el centro de la arena se levantaba un enorme columna, sobre la cual habÃa un hombre. Alrededor de ésta rotaban una serie de cilindros achatados en cuyo interior ardÃan braseros. La visión mecánica del Universo, según el filósofo Anaximandro.
El gladiador miró a la multitud desde la columna que representaba la tierra.
Estaba lleno de sorpresa de que esos romanos, que gustaban llamar bárbaros a sus compatriotas egipcios, disfrutaran con espectáculos tan sangrientos. No en balde eran el pueblo del oeste, el imperio de los muertos.
La gente gritaba y pedÃa lucha. Los nativos de Tier veÃan con buenos ojos la vileza, de suerte que practicaban las artes nigrománticas poco lÃcitas.
Ahora aguardaban ansiosos el enfrentamiento entre Nahid y... ¡los pájaros roq!
Aquellas eran criaturas del tamaño de doce halcones, quizá más. Con fuertes picos como los grifos y de negro plumaje, su descripción la tenemos sólo gracias al Fisiólogo. Un domador que parecÃa comprender su lengua los guiaba hacia el terreno. Los monstruos elevaron vuelo y subieron a donde Nahid los esperaba provisto de una espada.
El combate se debatió, entre cortadas y picotazos, ora con mucha energÃa, ora con cansancio. Al fin cayó la noche y el lugar hubo de ser alumbrado con antorchas, pero en el instante en que unos acólitos iban a ejecutar la tarea, aquel pandemonium de tinieblas parió unos terribles y agudos chillidos provenientes de la arena.
Cuando de una vez se disipó la oscuridad fue posible apreciar, desplomados sobre la gélida arena, lo cadáveres de los roq y encima del pilar un en deliquio con la morena piel manchada de una sustancia oleaginosa.
Se pensará: buen incipit para las peripecias de un héroe mÃtico, sin embargo, desgraciadamente, no es asÃ, porque esta imagen no dura demasiado, ya que el joven Nahid sigue el mismo hado de sus vÃctimas, y antes de caer murmura con una sonrisa:
– De cualquier modo non omnis moriar.