El aroma a café recién torrado se aleaba en el ambiente con la caracterÃstica fragancia del refinado whisky escocés, como emulando el contraste de criterios de los gentlemen que se rodeaban en torno a la mesa trabajada en fino roble, alguna vez arrancado quizás de los antiguos bosques de Edimburgo.
La Freemason’s Tabern reunÃa en esos dÃas de octubre de 1863, a la elite de las Public Schools y a los más altos representantes de los barrios aristocráticos de toda Bretania.
Al plantear la propuesta, Mr. Ellis delegado por el Colegio de Rugby, quebró la algarabÃa anárquica de las voces entrelazadas de humo que emitÃan las bocas ya excitadas. La suya adquirió un leve tono de resignación.
– Está bien... podrÃamos estar de acuerdo a excluirnos de patear la pierna del oponente y tal vez limitar las zancadillas, pero de ninguna manera dejaremos el juego de mano.
Quien más representativo que el propio Mr. Ellis para hablar por parte de los cultores del juego de mano. Décadas atrás en su época de estudiante, habÃa dejado sin aliento a todo un gentÃo de espectadores, a sus adversarios y a sus propios compañeros de equipo cuando en medio de una partida, se le ocurrió tomar el balón con la mano sujetándolo bajo el brazo, posición en la que recorrió todo el campo contrario. Tal vez fue una reacción inconsciente de frustración o solo la forma más idiota de llamar la atención de una chica, pero la intrépida ocurrencia marcó un estilo de juego que rápidamente fue haciéndose costumbre entre los aficionados, pese a las reglamentaciones contrarias de algunas escuelas más conservadoras. Lastimosamente para Ellis y los suyos, en la taberna Freemason’s los conservadores eran mayorÃa.
Solo dos segundos después de que Ellis terminara su frase casi conformista, el fuego cruzado de ideas yuxtapuestas retomó su encarnizado fervor. Para Ellis, era el fin de la unificación del juego. Se retiró con sus seguidores, después de todo quien necesitaba a esos puritanos patricios. Unos años más tarde, crearÃa las reglas de nada menos que el Rugby moderno, nombre derivado del Colegio que vio nacer al estilo, su estilo.
Con el alejamiento de la fracción que apoyaba el juego de mano, la reunión pareció tomar un cause más amistoso, tanto es asà que ya se hablaba de la conformación de una Asociación. Finalmente las reuniones llegaban a su fin en la noche del 8 de diciembre de 1863 y con el alcohólico sabor de los pubs londinenses, la Asociación de Fútbol cobró vida. Firmaban el acta los apoderados de Charterhouse y Westminster, asà como los de Eton, Harrow, Winchester y Shrewsbury además de los eternos rivales Cambrige y Oxford, y una decena de clubes de aficionados.
La semilla sembrada en la Freemason’s brotó endiabladamente en todo el imperio. En 1867 Mr. Clare, un noble escocés atento espectador de las sesiones de la Freemason’s, funda en Glasgow junto con unos amigos, el club de aficionados Queen’s Park FC y personalmente se encarga de la selección de jugadores. La pasión de Mr. Clare por el fútbol solo era superada por otra, su amor por Miss Elaine Elliot.
Miss Elliot era una atractiva joven de complicada personalidad, casi tan compleja como los surcos del laberinto de Hampton Court, cerca de Londres, donde pasó gran parte de su niñez. Para Mr. Clare, adentrarse en ese bello e intrincado dédalo de setos que conducÃa al corazón de la mujer, era lo único que podÃa distraerlo de pensar en ese redondeado e inquieto pedazo de cuero y trapo.
Además de esa mÃstica atracción que irradiaba la joven, ella misma guardaba un secreto que solo habÃa confiado a Mr. Clare, en esos momentos de debilidad o tal vez solo de plena confianza que eran producto de su apego ya casi incondicional hacia su futuro esposo. En sueños, ella era siempre invadida por escenas vÃvidas de acontecimientos futuros, desde pequeños pasajes sin importancia, como una mujer portando una sombrilla ensanchada y estampada en peculiares formas, con quien posteriormente se cruzó en la calle, hasta visiones de relevancia como un robo en una joyerÃa en Clapham en plena Londres, suceso que tuvo lugar unos pocos dÃas después del sueño premonitorio.
Ultimamente era acosada por la imagen de un extraño diagrama de figuras geométricas, que en su interior contenÃan puntos desperdigados al parecer aleatoriamente y que se comunicaban entre sà por lÃneas entrelazadas. Los puntos siempre eran once, las figuras rectangulares y tres en número, de diferente tamaño, una dentro de la otra.
Una de las distracciones de Mr. Clare era fisgonear en el pequeño cuadernillo en el que su amada registraba todas sus visiones con la rigurosidad de un libro contable. Esa ocasión miró con extrañeza el dibujo perfectamente delineado en la hoja de papel, sabÃa que lo habÃa visto en algún lugar y más aún teniendo como precedente los anteriores aciertos de los sueños de la joven, sabÃa que alguna importancia debÃa tener. Lo copió para descifrarlo con la tranquilidad de los dÃas.
No tardó en darse cuenta que las figuras dibujaban un campo de fútbol y los puntos eran los jugadores. Lo que sà tardó en descifrar era el significado de las lÃneas que comunicaban esos puntos, hasta que dedujo que no podÃan ser otra cosa que pases de balón, algo enteramente extraño, casi absurdo. El fútbol era un deporte de dominio y escape individual, de contacto fÃsico, de arranque, o no?. Al final Mr. Clare tuvo razón, la última visión de Miss Elliot que para ella no era más que un garabato geométrico, sà tenÃa relevada importancia, tanto que él estaba seguro que cambiarÃa la historia, por lo menos la del juego.
La aplicación de los pases convirtió al pequeño equipo escocés de Mr. Clare y amigos en toda una novedosa atracción mundial, más aún al consagrarse campeón invicto de la primera copa de la Asociación, lo que obligó a Inglaterra herida en su orgullo, a organizar un equipo seleccionado de entre sus más de 50 clubes y plantear a Escocia el primer encuentro internacional de fútbol, a sabiendas que el único equipo existente en Escocia era el Queen’s Park FC.
La partida se llevó a cabo en la siesta del 30 de noviembre de 1872 en el húmedo campo de Cricket del Hamilton Cescent en Glasgow, terminando cero a cero. La selección inglasa se aferró al juego desordenado y compulsivo, mientras que Escocia demostró las ventajas del pase de balón, técnica que el mundo emularÃa. Otros diez encuentros se llevaron a cabo posteriormente, de los cuales Escocia se quedó con la victoria en nueve ocasiones.
Miss Elliot continúo con sus visiones, hasta que una tormenta traicionera se las arrebató con su vida misma, al arrastrar al fondo del mar el velero en el cual realizaba un dulce viaje de placer con su familia, previo a sus nupcias con Mr. Clare.
La antigua placa anónima, casi corroÃda, yace indiferente en una de las columnas del Hampdem Park en Glasgow, actual estadio del Queen’s Park FC y reza: “A las visiones de Miss. Elliot, a la mujer que cambio el deporte”.